La emergencia sanitaria ha hecho necesario que muchos jóvenes con poca experiencia se ofrecieran para trabajar en hospitales y otros centros, como el Hogar Don Orione de Pozuelo (Madrid), una residencia para personas con discapacidad intelectual.

 Alejandra hizo el MIR en enero y estaba planeando descansar, hacer algún viaje… cuando llegó el virus y todo cambió. 

«Quería hacer algo y empecé por lo más cercano: Cáritas de mi parroquia, cartas a hospitales, familias que necesitaban comida… Entonces recibí una llamada que iba a cambiar mi visión del enfermo y de la discapacidad. En medio de noticias que solo hablan del virus, de personas que fallecen solas, de la falta de material sanitario, yo estoy conociendo a Jesús a través de sus ojos. En el Hogar he redescubierto mi profesión como servicio concreto. A veces una conversación calma igual que un paracetamol, una sonrisa te alegra el día y un abrazo te hace olvidar lo malo. Pensando en el nombre del lugar, Hogar, me vienen los nombres de los que viven allí, los trabajadores, los sacerdotes… Han hecho que me encontrase de forma directa con Jesús».

 

Edward, de Tanzania, estudió Medicina en Rusia y ahora está en España preparando el MIR. Antes de la pandemia ya hacía voluntariado por las tardes en el Hogar. Cuando le pidieron ocuparse del primer paciente de COVID-19, no lo pensó.

«Fue un acto reflejo de amor. No pensé en mí, solo en cuidar a ese chico, amándolo como si fuera yo. Luego tuvimos el segundo caso, el tercero… hasta siete. Y decidimos aislarlos. Los miembros del equipo médico intentamos vivir el Evangelio y en este tiempo he experimentado los frutos de “Jesús en medio”. Siempre escuchamos las ideas de todos al diagnosticar y decidir un tratamiento, todo lo que hemos conseguido no es fruto de uno solo, sino de él. Vine aquí sin saber que un día mis habilidades médicas serían de utilidad en el Hogar. No lo veo como «qué bien, puedo ejercer la medicina, que tanto me gusta», sino que veo el plan de Dios detrás de todo, inspirando cada cosa que hacemos. Hemos vivido momentos críticos, pero ahora los chicos están mucho mejor. Realmente es un milagro, con nuestras solas capacidades médicas no lo habríamos logrado».

Víctor, de República Dominicana, ya trabajaba en Don Orione, pero se mudó allí a principios de marzo mientras espera su plaza del MIR. 

«Al recibir el informe del primer positivo me sentí arrollado por el miedo a lo desconocido, por no entender qué pasaba. Fue como si me hubieran arrojado a una piscina sin saber nadar. Temía por la vida de los residentes y trabajadores. Con el paso del tiempo he experimentado que el mayor enemigo del miedo es el amor que ponemos en el trabajo y hacia nuestros compañeros. Enfrentarse a una situación que pone en riesgo la vida te hace ponerte delante de Dios día tras día. No tienes más que el presente para cuidar cada detalle, poner dedicación y empeño en cada tarea puede marcar la diferencia. Ha sido una experiencia difícil en todos los aspectos, pero importante para crecer y madurar personal y espiritualmente».

María estudia sexto de Medicina. Al comenzar la pandemia estaba de prácticas en un hospital, pero la enviaron a casa. Vivió las primeras noticias como una espectadora más, hasta que propusieron contratar excepcionalmente a estudiantes de sexto curso.

«Esa noche una profesora nos escribió porque en un hospital necesitaban personal. Algunos compañeros contestaron inmediatamente pero yo no me sentía preparada y me angustié. Empecé a preguntarme si estaba siendo fiel a mi vocación de servicio, preocupada por mi miedo ante lo desconocido, a no estar a la altura, a contagiarme… Hasta que dije sí a lo que Jesús me pidiera. A los pocos días recibí una llamada del Hogar Don Orione para trabajar en la enfermería. 

»Decía Don Orione que “sólo el amor salvará el mundo”. Esta idea se refleja en el cariño con que el personal cuida a los residentes, pese al miedo al contagio. Por mi parte, aun con mascarilla, intento aportarles calma con mis palabras y mi sonrisa. Cada chico te hace reflexionar a diario sobre el sentido de la vida. Apenas pueden moverse y hablar, pero los miras y ya te están sonriendo. En el equipo sanitario intentamos ayudarnos en todo. Es un lujazo trabajar así, y sobre todo contar con el apoyo de Pepe, el religioso que espera a que salgamos de trabajar, por la noche, para darnos la comunión, la fuerza para seguir amando cada día».

Revista Ciudad Nueva

A Almudena la contrataron finales de febrero, dos semanas después empezó el estado de alarma. Recuerda que no se tomó «en serio esta situación» hasta que le tocó de cerca. 

«Un familiar mío se vio afectado por el virus. Me dolió profundamente, por él y por todos los que estaban solos en los hospitales y lejos de su familia, los que fallecían sin poder despedirse… Ese día comprendí el valor de la oración. La vida entregada de tantos consagrados, médicos y familias en sus casas se convierte en una oración que llega al sufrimiento y la soledad donde no llega nadie.

»Con esto en el corazón fui a trabajar al Hogar como todos los fines de semana y me dijeron que ya había varios positivos. Pensar en irme y no volver hasta el viernes me costaba, veía que los demás se estaban dejando la vida y me ofrecí a echar una mano en lo que fuera. Me pidieron hacer el turno de noche a la zona cero, con los chicos que estaban enfermos. No me lo esperaba, pero no cambio ninguna de las noches que he pasado ahí. Jesús me ha puesto ahí para ser sus manos, para estar con los que necesitan ser cuidados y queridos.

»Este tiempo está siendo un momento de parón. He dejado de correr de un sitio a otro. Quería que la vida avanzara rápido para encontrar respuestas, y ha sido ahora cuando he encontrado lo esencial: Dios dentro de mí me dice que me quiere… Y eso basta».

 

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