Soy una terapista en rehabilitación, trabajo en un Centro grande de rehabilitación en Toscaza.
En mi trabajo cotidiano me doy cuenta que más que los métodos científicos utilizados, tiene éxito la empatía, la relación con el paciente, que hace realizar mejor cada método, porque potencia al máximo las capacidades residuales de la persona.
La orientación cultural actual, y en Italia las mismas líneas quías ministeriales sobre rehabilitación, evidencian la importancia del aspecto relacional, subrayando que el aspecto de rehabilitación para cada paciente debe ser acordado con él, teniendo en cuenta sus necesidades y sus preferencias.
Siento que la llave para entrar en relación verdadera con el enfermo, está en mi capacidad de entrar en el otro, comprender profundamente, juntos, sus necesidades y sus prioridades. Es este “algo más” que me vino de la Espiritualidad de la Unidad y que enriquece mi profesión.
En mi lugar de trabajo somos un pequeño grupo de personas que, compartimos el ideal evangélico, queremos contribuir a mejorar las estructuras donde trabajamos; al principio estaba sola, ahora somos 10 personas que tratamos de trabajar con este compromiso. Cada vez que uno de nosotros tiene un paciente nuevo, tratamos de valorarlo juntos y cada uno expresa su idea, dispuesto a perder algo de sí para que surja la mejor solución para el paciente. Y todo esto se pone en evidencia en las reuniones de equipo, donde están presentes también otros operadores. La novedad está en tener el mismo estilo, el mismo modo de trabajo, más allá de las técnicas que utilizamos. De este modo los pacientes no sólo son guiados por un solo terapista, sino por la colaboración de todos, y cuando uno de nosotros está ausente por cualquier motivo, los enfermos no advierten la diferencia, si quien lo trata es otro terapista que comparte el mismo método de trabajo.
Este modo de trabajar, de entrar en relación con cada persona atrae a los otros colegas.
En el verano pasado, en nuestro encuentro de grupo de trabajo, vinieron a trabajar tres terapistas jóvenes por un período de tiempo determinado. Se sintieron fascinado por nuestro modo de trabajar: le justaba nuestro estilo, el modo de situarnos en las confrontaciones con el paciente, la relación que generábamos con él. Una de ellas me dijo que la cosa que más apreciaba de nuestro modo de tratamiento era que no dábamos nada por descontado, sino que buscábamos de hacer surgir del paciente también sus más pequeñas potencialidades.
Con estas tres chicas nació una relación que se ha ido enriqueciendo con el tiempo, tanto que las sentimos como parte integrante de nuestro grupo, a pesar de sus diversas convicciones religiosas, motivo a menudo de confrontación.
En diciembre se terminó su período de trabajo con nuestro centro y comenzaron a trabajar en la zona, y muchas veces nos encontramos, para hablar de los pacientes que ellas tienen, y sentimos que hemos construido entre nosotros una relación profunda que sigue adelante.
Consideramos también que nuestro trabajo no termina cuando finaliza el tratamiento del paciente, sino que debemos preocuparnos luego, y ayudar a que los discapacitados se inserten allí donde viven. Pero las disponibilidades de las estructuras territoriales en este sentido varían mucho de un lugar a otro. A veces las estructuras son poco adecuadas en sus formas y recursos económicos, y a veces los operadores están muy orgullosos de su trabajo, que lo viven como un pequeño “poder” y no aceptan consejos ni sugerencias de métodos. Hemos decidido comenzar a dialogar con todos los operadores que seguirán a los pacientes en domicilio, valorizando la cualidad y la disponibilidad, aceptando propuestas y compromisos razonables sobre soluciones a adoptar, más bien de buscar un modo de integrar nuestras soluciones terapéuticas que podrían no ser llevadas a término, con repercusiones negativas sobre la autonomía
M. Asunta Garielli
Terapista en rehabilitación